Qué ver en Medinaceli: guía de viaje (Soria)

Arco romano de Medinaceli con la luna llena detrás. Siglo I. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Arco romano de Medinaceli con la luna llena detrás. Siglo I. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Medinaceli es una localidad que merece la pena recorrer con calma. No es casual que se encuentre dentro de la lista de "Pueblos más bonitos de España". Su bien conservado casco urbano ha sabido retener el poso de una historia en la que ha ocupado casi siempre papeles más que destacados. Recuerda que reservar tus alojamientos a través de SIEMPRE DE PASO ayuda a generar contenidos gratuitos de calidad para este blog.

Tan cerca del cielo

©Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO

Si un lugar estratégico es aquel que todos quieren tener y ninguno quiere soltar, Medinaceli lo es desde bien antiguo. De hecho, no ha habido periodo de la Historia de España, al menos hasta el siglo XVIII, en el que Medinaceli no haya sido ese oscuro objeto de deseo con el que todos se quieren quedar. Algo que choca, y mucho, con el sosiego que emanan ahora sus calles, tan desiertas al caer la noche que parecen el decorado de una novela de capa y espada. Y tan relimpias y bien compuestas que no hace mucho recibieron el carné de ingreso en el club de los «Pueblos más bonitos de España«, el reconocimiento que otorga una asociación privada tras un duro examen en el que se tiene en cuenta no solo la estampa o la conservación de los monumentos, también el disimulo con el que se esconden los contenedores de basura, se tapan los cables o que la población no supere los 15.000 habitantes. Todos los resquisitos los cumple con nota pero en lo último es mátricula de honor : según echa cuentas un vecino «vivir, vivir…  aquí arriba seremos, como mucho, sesenta». Nada que ver con aquellos lejanos siglos en los que Medinaceli bullía de actividad y glorias, y había que hacer cola para pasar por sus puertas.


Vídeo del reportaje «Medinaceli, tan cerca del cielo». © Javier Prieto Gallego

Los primeros en darse cuenta de que esa meseta abierta a los cuatro vientos y a los valles del Jalón y el Arbujuelo era un sitio en el que merecía la pena plantar el campamento fueron los belos, una de las tribus celtíberas que campaban a sus anchas por esta zona del interior peninsular hasta que los romanos, en el año 152 a.C. llegaron para tomar cartas en el asunto y ponerles a todos a aprender latín. Aquellos celtíberos, en Occilis, que es como llamaron a su fundación, no solo encontraron buenas vistas y un frío terrorífico en invierno, también suficiente hierro y plata en los alrededores como para ir componiendo una ciudad próspera y rica. De hecho, cuando los romanos comenzaron a organizar el territorio a su manera, los de Occilis consiguieron negociar una rendición menos cruenta que las de otras ciudades vecinas mediante el pago de un número indeterminado de esclavos y unos 30 talentos de plata, lo que, hablando en plata, vienen a ser unos 900 kilos.

Edificio de la Alhóndiga con la torre de la colegiata de Santa María emergiendo por detrás. Plaza Mayor de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto GallegoMedinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Edificio de la Alhóndiga con la torre de la colegiata de Santa María emergiendo por detrás. Plaza Mayor de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto GallegoMedinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Y si del paso de los belos por esta meseta no queda nada a la vista -lo que hay hay que saberlo interpretar o buscarlo bajo el suelo- de lo que no cabe ni la más mínima duda es del paso y el peso de la estancia romana en ella. Aparte de que apenas escarvas un poco el suelo en Medinaceli aparece un mosaico, ya desde bien lejos se distingue su archifamoso arco, único en la Península con una estampa tan, tan… romana. 

Con la perspicacia que los caracterizaba, sus generales enseguida se dieron cuenta de lo bien situado que estaba este pequeño altiplano. No solo porque su forma de taburete hacía que los atacantes tuvieran que realizar el doble esfuerzo de atacar y subir una cuesta de aúpa con todos sus bártulos guerreros. Sobre todo, porque les vino de perlas tener una plaza tan bien situada junto a la vía que estaban trazando entre Mérida y Zaragoza. Con unos arreglillos por aquí y unas murallas por allá se convirtió en un oteadero perfecto para controlar el tránsito por ella y, de paso, aclarar quién tenía la sartén por el mango en esta zona del noreste penínsular. 

Mosaico romano encontrado en una calle de Medinaceli y que se expone en el palacio Ducal de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Mosaico romano encontrado en una calle de Medinaceli y que se expone en el palacio Ducal de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Entre las explicaciones que se han dado para justificar la presencia de este singular arco –único en España con tres arcadas– en el lugar donde está figura entre las primeras que fue erigido a modo de monumento triunfal, seguramente con la idea de difundir una imagen de poder y prestigio -osea, propagandística- en el sitio el que más visibilidad podía tener: en alto y sobre la muralla. Lo que no quita para que cumpliera la función práctica de puerta por la que entrar y salir de la ciudad. Los vehículos y el transporte lo hacían por el arco central y los de a pie por los dos vanos laterales. Otras teorías lo justifican simplemente como un monumento que en su tiempo sirvió para marcar la frontera que separaba los conventus romanos de Clunia y Caesaraugusta. Aunque cuesta creerlo: la monumentalidad del arco y su excepcionalidad parecen pensadas para algo de mayor enjundia.

Como sucedió en tantos lugares de la Península, la conquista musulmana fijó muchos de sus puntos clave en los mismos lugares en los que lo había hecho Roma. Así que Medinaceli pasó a ser refundada con el nombre de Medinat-Salim, la «ciudad de Salim», en referencia a Salim Ibn Waramai, primer impulsor de esta nueva etapa. Aunque cuando de verdad Medinaceli volvió a convertirse en un enclave fundamental es durante el reinado de Abd al Rahman III, quien, tras construir una alcazaba y unas defensas prácticamente inexpugnables, decide trasladar, en el año 496, la capital de la Marca Media desde Toledo hasta aquí.

Medinaceli será una de las lanzaderas más utilizadas desde la que los ejércitos musulmanes tomarán impulso para sus continuas batallas de hostigamiento hacia los territorios cristianos del norte. Y en esos trajines guerreros es cuando aparece Almanzor como figura principal del califato, corriendo arriba y abajo y brillando como destacado estratega capaz de poner en jaque a los ejércitos cristianos vez tras vez, principal artífice de que la línea fronteriza marcada por el Duero se volviera imposible de traspasar para los cristianos.

Castillo de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Castillo de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Entre la historia y la leyenda, más de lo segundo que de lo primero, se recuerda que fue a la vuelta de una de aquellas incursiones guerreras, con 62 años cumplidos, cuando a Almanzor le sorprendió una emboscada a las puertas de Calatañazor y una flecha enemiga le dejó herido de muerte. La batalla, que para algunos nunca existió, quedó fijada en la memoria gracias a la coplilla: «en Calatañazor Almanzor perdió el tambor”. Después, una agónica retirada llevaría a sus huestes, y a él en la camilla, hacia Andaluz, Berlanga de Duero y Bordecorex, donde finalmente muere la noche del 10 al 11 de agosto del año 1002, si bien la comitiva fúnebre acompaña el cadáver de su caudillo hasta Medinaceli. 

Dado que su tumba no ha sido aún encontrada, uno de los misterios que corretean por entre las estrechas calles de Medinaceli al caer la noche es el del verdadero lugar en el que el caudillo fue enterrado. Para unos, su cadáver fue exhumado en alguno de los cerros próximos a la localidad. Para otros, en el patio de alcázar, posteriormente desmontado para construir la fortaleza cristiana donde ahora está.

El periodo musulmán finalizó con la toma definitiva de la plaza por Alfonso VII. Enrique II concedió el título de Condado a la villa y, ya en el siglo XIV, Juan I confirma a don Bernal de Bearne y a doña Isabel de la Cerda como condes de Medinaceli. En 1489 son los Reyes Católicos quienes elevan su rango al de duques y dan alas a una de las más destacas y poderosas estirpes nobiliarias españolas.

Arco romano de Medinaceli. Siglo I. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Arco romano de Medinaceli. Siglo I. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Una forma de organizar el recorrido por esta bella y tranquila localidad -y ahora, además, bonita con carné- es hacerlo en el sentido contrario a la agujas del reloj. Es decir, miramos de frente al arco romano, con el valle del Arbujuelo a la espalda, y bordeamos el caserío dejando la amplia explanada del Campo de San Nicolás a la izquierda. Esa larga calle, que pasa ante una de las casas señoriales más notables de la villa desemboca en la plazuela a la que se abren la iglesia de San Martín y el convento de Santa Isabel. El convento es una fundación de 1528 que se anexó a la contigua iglesia de San Martín, con la que forma conjunto. Del edificio sobresale la portada, que aparece, a modo de sello, envuelta por el cordón franciscano.

Tomando la primera o la segunda calle a la derecha llegamos a la esquina del teso, desolada y algo asilvestrada, en la que se alzan las ruinas de lo que fuera el beaterio de San Román, curioso por varias razones. Una de ellas, su función: un monasterio de «religiosas» jerónimas. Las comillas quieren decir que lo que se instaló tras esos muros fue más bien una comunidad de mujeres de alta alcurnia que utilizaron el beaterio más como un cómodo lugar de retiro en el que podían vivir a su aire que como purgatorio espiritual. Entre sus paredes fueron encontrados, en 1581, y luego muy venerados por toda la localidad, los restos de los Cuerpos Santos, Arcadio, Probo, Pascasio, Eutiquiano y Paulino, martirizados en África. 

En su recuerdo se celebra cada año, el 13 de noviembre y en la plaza Mayor, la fiesta del «Toro Júbilo«, el toro de astas emboladas a las que se prende fuego y que sus partidarios defienden como un rito ancestral heredado de la época celtíbera. Una última curiosidad relacionada con el beaterio era que su iglesia poseía una extraña planta irregular que algunos justifican con la posibilidad de que antes que iglesia hubiera sido la sinagoga de la comunidad hebrea, que tenía en esta zona sus viviendas. Caminando tan solo unos metros hacia el borde del teso se localiza otra singularidad de Medinaceli: su nevero, el almacén de nieve construido por los árabes en la ladera umbría y que se conserva prácticamente intacto.

Edificio de la Alhóndiga con la torre de la colegiata de Santa María emergiendo por detrás. Plaza Mayor de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Edificio de la Alhóndiga con la torre de la colegiata de Santa María emergiendo por detrás. Plaza Mayor de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Si el paseo se encamina en dirección contraria, hacia poniente, no tardamos en llegar a la plaza Mayor, ubicada sobre el foro romano, y con varios puntos de interés. Puede que el principal sea el monumental palacio de los Duques que cierra uno de sus costados. Fue construido a principios del siglo XVI para escenificar todo el poderío de la casa nobiliaria y tras sus momentos de gloria cayó en el abandono más total. Por suerte ha revivido de sus cenizas y hoy es sede de la Fundación DEARTE Contemporáneo, dedicada a la promoción y divulgación de artistas contemporáneos. Su visita es obligada no solo para disfrutar de las obras expuestas en sus salas y su bello patio renacentista, también para contemplar uno de los mosaicos encontrados en la villa.

Obras de arte expuestas en el palacio Ducal de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Obras de arte expuestas en el palacio Ducal de Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

Pero quizás el rincón más fotogénico de la plaza es el que protagoniza la fachada de doble arcada del edificio de la alhóndiga con la torre de la colegiata emergiendo por detrás como un faro. Este edificio, del siglo XVI, estuvo dedicado, en principio, a realizar la transacciones comerciales y almacenaje de grano, a albergar las reuniones del concejo y Ayuntamiento. También ha sido juzgado y, por la zona trasera, cárcel. En el costado opuesto de la plaza se localiza el aula de arqueología, que ofrece un pequeño paseo de escenografías por la historia de la localidad.

El estrecho callejón que se abre por un costado de la alhóndiga, la calle de la Cárcel, puede llevarnos hacia la colegiata al tiempo que nos introduce en el pequeño corazón laberíntico de Medinaceli, con pasadizos, angostas callejas y apartadas plazas en las que, sorprendentemente, abren sus puertas algunas afamadas galerías de arte.

Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
Medinaceli. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

La colegiata es un monumental edificio, también del siglo XVI, que se eleva en el lugar que ocupó una anterior iglesia románica ubicada, a su vez, en el cruce de las dos calles principales de la cuadrícula urbana trazada por Roma. Su construcción, alentada por los duques para engrandecer el patrimonio de la villa en la que tenía su sede el ducado, implicó el derribo de todas las iglesias existentes hasta entonces, a excepción de la San Martín. 

Un elemento destacado de su interior son los balcones que mandaron construir los duques en sendas paredes del presbiterio. El del lado del evangelio, que debió de estar enlazado con el palacio ducal por un pasadizo, servía para que los duques asistieran desd él a misa, mientras que el del lado de la epístola, sin acceso alguno, se realizó para mantener la simetría.

El cementerio ocupa el patio del castillo de Medinaceli desde el siglo XIX. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego
El cementerio ocupa el patio del castillo de Medinaceli desde el siglo XIX. Soria. Castilla y León. España. © Javier Prieto Gallego

De nuevo por los pasadizos que comunican con la plaza Lamberto Martínez y plaza de Almanzor se llega hasta la ermita del Beato Juan y, al lado, la llamada puerta Árabe, en el flanco occidental de la villa. Más gótico y múdejar que árabe  fue una de las puertas principales de la muralla y ahora sirve para continuar el paseo por fuera de ella, caminando hacia el castillo -cuyo interior está dedicado a cementerio- y disfrutando de ese paisaje de cerrillos y valles que siguen guardando celosos el secreto de la tumba de Almazor. Abajo queda, a media ladera, la ermita del Humilladero, otra obra del siglo XVI aunque pagada en esta ocasión por los bolsillos del pueblo.

Antes de cerrar el círculo en el arco triunfal merece la pena desviarse por una de las calles de la izquierda hasta la plaza de San Pedro. Allí, una estructura de hierros  y mamparas protege, aunque deja ver, un trozo notable de otro de los mosaicos romanos descubiertos al ir a hacer obras en una de las viviendas de la plaza. Es lo que tiene vivir sobre tanta Historia: a nada que rascas te aparece un premio.


INFORMACIÓN.
Web, www.medinaceli.es
Oficina de Turismo de Medinaceli, tel. 975 32 63 47.
Aula de Arqueología, tel. 635 64 76 66.
Palacio Ducal, tel. 975 32 64 98.

Mapa de situación

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Y tú, ¿conoces Medinaceli? ¿Tienes alguna recomendación que hacer?


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