El acebal de Prádena (Segovia)

Los llamativos frutos del acebo sirven de alimento a muchos animales del bosque. Acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Los llamativos frutos del acebo sirven de alimento a muchos animales del bosque. Acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
El acebal de Prádena es la mayor mancha forestal de acebos del Sistema Central. Un fácil paseo con inicio y final en esta localidad segoviana permite conocer no solo este valioso bosque sino también la espectacular dehesa de sabinas y robles centenarios que crecen junto a él.

Mucho más que adornos de Navidad

Árboles monumentales y acebos en la dehesa de Prádena

 © Texto y fotografías:  JAVIER PRIETO GALLEGO  

Hay paseos que suenan a peregrinación. Como el que algunos realizamos cada año con el ansia de acercarnos al bosque que mejor representa el espíritu de la Navidad. O, simplemente, del invierno: los acebales. El aceboilex aquifolium- es una planta originaria de China que, en forma de arbusto o de árbol, puede llegar a alcanzar hasta los 8 o 10 metros de altura. Ama las umbrías, los suelos frescos y protegidos, los tajos, las hoces de los ríos y las laderas septentrionales de las montañas en las que se le puede localizar hasta, como mucho, los 1.600 metros de altitud.

Video del reportaje «El acebal de Prádena». ©Javier Prieto Gallego

Sus hojas, pinchudas y lustrosas como las de ningún otro árbol de por aquí, recuerdan en algo a las de la encina. Por eso recibió el mismo nombre –ilexcon el que los romanos llamaban a esta. Y, aunque tiene motivos sobrados para presumir de estampa, especialmente cuando la estación más cruda del año desnuda al resto del bosque, parece que el acebo es más amigo de esconderse en lo profundo que de exhibirse en solitario, a la vista de todos. Por eso es más común encontrarlo formando manchas boscosasdentro de los robledales o los hayedos del norte de España que luciendo palmito a solas. O formando bosquetes independientes como los que se localizan, de manera excepcional en Castilla y León, en las dehesas de Garagüeta, en Soria, y Prádena y Matabuena, en Segovia

Un niño ante uno de los árboles que crecen en el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Un niño ante uno de los árboles que crecen en el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Pero para saber por qué el acebo es, en dura competencia con el abeto, eso sí, el árbol que más se asocia a la Navidad hay que retroceder, más o menos, hasta los siglos VII y VIII. Es entonces cuando se localizan los primeros intentos de la Iglesia católica por crear un mito lo suficientemente fuerte como para que hiciera olvidar la creencia ancestral de que el muérdago era la «planta de la buena fortuna». La creencia de que el muérdago era la planta propiciatoria de la buena suerte hunde sus raíces ancestrales en viejos mitos especialmente extendidos entre los pueblos con orígenes célticos y tradiciones agrarias, en los que cobraba una especial importancia como planta propiciatoria con la llegada de cada solsticio de invierno.

Caminantes recorriendo el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Caminantes recorriendo el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

El empeño de la Iglesia católica por sustituir las celebraciones paganas que giraban en torno al solsticio invernal por los ritos cristianos que conmemoraban el nacimiento de Jesús conllevó también localizar una planta que hiciera olvidar las resonancias mágicas del muérdago. Y así se encontraron con el único árbol que, justo en ese momento del año y en buena parte de Europa, lucía como el más vistoso del bosque. De hecho, la importancia del acebo en el entramado ecológico del bosque radica en que es una de las pocas plantas silvestres capaces de ofrecer alimento a los animales en el momento del año en el que es más difícil de encontrar. Los hermosos frutos del acebo, esas bayas rojas que tan bien combinan con el verde lustroso de sus hojas, maduran a finales del octubre y permanecen en el árbol hasta bien entrado el año siguiente. Son la despensa de la que tiran muchos de los pájaros del bosque hasta que la naturaleza despierta de nuevo.

De ahí en adelante, el empeño por convertir al acebo en el árbol de la Navidad se aplicó en comparar sus características más llamativas con cualidades de la celebración cristiana: las pinchudas hojas del acebo simbolizan la corona de Cristo; sus bayas rojas, la sangre derramada en sacrificio.

Caminantes recorriendo el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Caminantes recorriendo el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

 Durante siglos convivieron el muérdago, que al no perder su protagonismo llegó a estar incluso prohibido por la Iglesia católica como adorno navideño, y el acebo hasta que, a finales del siglo XIX, con la generalización de las felicitaciones navideñas en color, los ilustradores decidieron dar más protagonismo al segundo que al primero: la viveza que proporcionaba la combinación de rojos y verdes con el blanco de la nieve ganaba por goleada a la uniformidad del muérdago. Y es así cómo lo que no había logrado la Iglesia católica durante siglos, asociar este árbol con la Navidad, lo lograron unos usos cada vez más comerciales empeñados en extender una vistosa escenografía navideña que puso al acebo, convertido en el adorno por excelencia, casi casi al borde de la extinción.

Por suerte, la extendida costumbre durante un tiempo de acudir al bosque a cortar ramas de este árbol parece detenida a tiempo y ahora solo se realiza en condiciones de explotación controladas que garanticen el desarrollo y supervivencia de acebales como los de Garagüeta y Prádena.

Un caminante en el interior del acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Un caminante en el interior del acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

 Darse un garbeo por este último es algo tan sencillo como el saludable paseo que lleva hasta él desde el área recreativa de El Bardal, junto a la carretera N-110 que bordea Prádena. Dejando al lado derecho los 1.600 metros de praderas, mesas y enormes sabinas que sombrean el disfrute de este espacio con el buen tiempo, una pista de tierra encara la corta ascensión que, en unos tres kilómetros y algo más de media hora, lleva hasta la mancha de acebos más extensa del Sistema Central. Son unas 60 hectáreas que prosperan algo más arriba del paso de la Cañada Real Soriana Occidental, que por aquí faldea la sierra segoviana. 

Uno de los grandes robles que crecen junto a los acebos en el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Uno de los grandes robles que crecen junto a los acebos en el acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

 El camino hasta el acebal, del que se apunta en los carteles que con su madera se construyeron las primeras ventanas del Palacio Real de Madrid, no está señalizado pero es bastante obvio. Únicamente hay que tener la precaución de no desviarse por la pista de tierra que se va por la izquierda a unos 900 metros del inicio. En ese punto, basta seguir de frente y encarar el repecho que alza hasta las praderías que marcan el paso de la Cañada Real. Dejando que esta continúe su camino faldero, el del acebal, del que ya se ve su espesura de color verde oscuro, continúa en ligera ascensión en paralelo a la cerca de piedra que separa un bosque de pinos. Algo más arriba se localiza ya el torno y la portilla que controlan el paso del ganado a la dehesa.

Tronco de uno de los grandes robles que crecen en la dehesa de Prádena. Acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Tronco de uno de los grandes robles que crecen en la dehesa de Prádena. Acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

El merodeo por su interior depende ya de cada cual, aunque una forma de organizarlo es continuando ladera arriba hasta topar con los lindes superiores del recinto. Después basta seguirlos hacia la derecha hasta dar con el vallado que lo acota por el sur y que aparece recorrido también por un camino que, en paralelo, va descendiendo hacia Prádena. Basta seguirlo sin tomar desvíos para, tras sobrepasar de nuevo la cañada y dejar atrás un portillo, con Prádena a la vista, acabar desembocando en el camino de subida, muy cerca ya de El Bardal. En total son unos 6 kilómetros que, dependiendo de las paradas, pueden hacerse en unas dos horas.

Una de las sabinas centenarias que prosperan junto al acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Una de las sabinas centenarias que prosperan junto al acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Cabe advertir, no obstante todo lo dicho anteriormente, que si el viaje merece la pena es, además de por acercarse hasta este renombrado acebal segoviano, por el asombro de ver monumentales robles y sabinas de portes muchas veces centenarios, ejemplares mastodónticos que bastarían, por si solos, para reclamar mucha más atención de la que tienen si no fuera porque la presencia del acebal les roba todo el protagonismo mediático.Y no es justo.

Troncos de sabinas y robles en el entorno del acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Troncos de sabinas y robles en el entorno del acebal de Prádena. Localidad de Prádena. Segovia. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

EN MARCHA. El acceso hasta el acebal de Prádena se realiza desde la localidad segoviana del mismo nombre, en la N-110.

EL PASEO. Ruta circular de unos 6 kilómetros de longitud, de fácil realización, que puede recorrerse en unas dos horas. No está señalizada pero en días con visibilidad es muy fácil orientarse. Se puede realizar con niños.

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