El Museo del Pan (Mayorga/Valladolid)

Reproducción de una tahona tradicional en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Reproducción de una tahona tradicional en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
El Museo del Pan repasa la historia del alimento más socorrido de la Humanidad. Ubicado en la localidad vallisoletana de Mayorga, es una invitación a disfrutar con todos los sentidos de este alimento indispensable en cualquier dieta saludable.

De canteros, lechuguino, cuadros o polea

El Museo del Pan cuenta la historia del alimento más socorrido de la Humanidad

© Texto, fotografía y vídeo: JAVIER  PRIETO GALLEGO

Lo mejor del Museo del Pan es que cuando los aromas del obrador se extienden por el todo el edificio dan ganas de reventar las vitrinas con ansia de atracador y salir corriendo con las muestras que se ven del otro lado del cristal. Para comérselas, claro. No solo es que el recorrido por el museo sea un repaso a la historia de la Humanidad para saber cuál es el alimento que lleva acompañándonos desde que descubrimos el secreto de las siembras y las cosechas, es que el visitante se sumerge como en un acuario empapándose también de los aromas que le conectan con su yo más ancestral. El olor del pan cociéndose en el horno envuelve al hombre desde hace 9.000 años. Más que suficiente para que haya quedado impreso en alguno de nuestros genes y estalle como un resorte que nos vuelva, de pronto, impredecibles y primitivos. Sobre todo si se acerca la hora de comer.

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Reportaje sobre el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Es el acierto de que el Museo del Pan, que se localiza en la localidad vallisoletana de Mayorga, haya aspirado a algo más que a conformarse con un mero recorrido expositivo de paneles y botones, tan al uso, por desgracia, como aburrido y monótono. El museo, un magnífico contenedor de 2.700 metros cuadrados, ha dejado hueco también para que el acercamiento a este alimento tan universal como desconocido -el pan nuestro de cada día- sea una experiencia de los sentidos, no solo del conocimiento, con salas dedicadas a la degustación y a la elaboración de productos. En su obrador la visita se completa asistiendo al proceso en directo que convierte la masa en pan, un milagro de lo más cotidiano que, de paso, aporta al conjunto la ambientación aromática de resonancias atávicas.

Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Pero para llegar hasta allí antes el visitante ha tenido que completar el prolijo recorrido de tres plantas en los que irá desgranando -valga la comparación en este caso- el grano de la paja en cuanto al pan se refiere. El museo, diseñado por el arquitecto Roberto Valle, es la amalgama resultante de fundir la estructura de la antigua iglesia mudéjar de San Juan, abandonada con anterioridad, y un nuevo edificio de hormigón que se eleva sobre los tejados de la localidad con la pretensión de evocar los enormes silos de cereal, tan frecuentes en los campos de la meseta. El cubo de hormigón, sobre cuyas paredes resalta la textura de encofrados disparejos para dar relieves y crear sombras, acoge en su interior los cuatro niveles de altura por entre las que circula la visita. En la iglesia, de tres naves separadas por arcos mudéjares de ladrillo y ábside, se ubican el obrador, la sala de degustación, la tienda y la zona de la exposición dedicada al pan en la cultura popular, la nutrición y la religión.

Dos visitantes comprueban el tacto de los diferentes cereales. Recursos expositivos del Museo del Pan dedicados a mostrar los distintos tipos de cereal. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Dos visitantes comprueban el tacto de los diferentes cereales. Recursos expositivos del Museo del Pan dedicados a mostrar los distintos tipos de cereal. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Igual que el grano en una fábrica tradicional de harina va convirtiéndose en polvo mientras desciende desde el piso más alto, el recorrido por el museo comienza en el nivel superior. Es la puerta de entrada al conocimiento del alimento más universal: todas las culturas lo ponen sobre su mesa desde que los egipcios, hace unos 4.500 años dieran con el misterio de «la masa madre». Descubrieron que si reservaban, antes de cocerla, una porción de la masa fermentada, podían repetir el proceso una y otra vez. Y tanto les parecía capricho de dioses que, en un principio, fue un alimento exclusivo de sacerdotes y faraones.

Recursos expositivos del Museo del Pan dedicados a mostrar los distintos tipos de cereal. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Recursos expositivos del Museo del Pan dedicados a mostrar los distintos tipos de cereal. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Es el momento de acercar la lupa, meter la nariz en los cajones y la mano en los cuencos para aprender con los sentidos que entre la avena, el trigo, el centeno, el maíz, el sorgo o el arroz va un abismo, aunque al profano todo le parezcan granos. De cereal, por supuesto. Y descubrimos que se llaman así porque los romanos le cambiaron el nombre a la diosa Deméter por el de Ceres, señora de los campos cubiertos de espigas y diosa de la fecundidad y la agricultura. Cuando en el Neolítico el hombre se da cuenta de que ya no hace falta ir detrás de la comida para cazarla cuando tiene hambre, se hizo sedentario, agricultor y campesino y le cambió el rumbo a la Humanidad. El trigo y la cebada fueron los primeros cereales que cultivó.

Reproducción de un molino tradicional. Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Reproducción de un molino tradicional. Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

En un rincón de esta planta vemos que la fama del Pan de Valladolid, actualmente acogido a la Marca de Garantía, no es de ayer ni de antes de ayer. El rey Carlos I se lo hacía llevar expresamente hasta su retiro de Yuste, en la Sierra de Gata, porque ningún otro le sabía tan bien. Pero el rey no era el único que lo consideraba manjar. En 1563 la familia de empresarios y banqueros alemanes Fugger -o Fúcaros-, que trabajaban al servicio de la Corona contrataron los servicios del panadero y constructor de hornos de Valladolid, Francisco Mateo, para que bajara a Andalucía a transmitir los secretos del pan de su tierra. Y tan bien lo aprendieron sus discípulos que la fama del pan de allí comenzó a hacer sombra a la de aquí. Alcalá de Guadaira se convirtió en un reputado centro de panadería de tal calibre que hasta se le cambió el nombre por el de Alcalá de los Panaderos.

Taller de confección de productos en la tahona del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Taller de confección de productos en la tahona del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Pero para convertir el cereal en pan el primer paso es trocar el grano en polvo. Y para eso se inventaron los molinos. En la segunda planta se expone un recorrido histórico de este instrumento imprescindible: desde los más simples y primitivos, que trituran por la fricción de dos piedras que se presionan con la mano, hasta los ingenios más complejos, que consiguieron aliviar las fatigas de la molienda aprovechando la energía que brindaban los recursos naturales. Tan naturales como la fuerza animal, que impulsaba los llamados molinos de sangre; el agua, que movía los hidráulicos o los de mareas; o el viento, muy comunes en la España del siglo XVI, provincia de Valladolid incluida. Juanelo Turriano fue un infortunado inventor ítalo-español -relojero, astrónomo, ingeniero…- del siglo XVI que, entre otros ingenios, dejó planos de molinos como los que se ven aquí.

Interior del edificio del Museo del Pan, del arquitecto Roberto Valle. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Interior del edificio del Museo del Pan, del arquitecto Roberto Valle. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Con la harina en el costal -ya sabemos, entre otras muchas cosas, que una harina «0000» es la más refinada y blanca- comienza, en la primera planta, la historia de la panificación. Una entretenida colección de maquetas nos lleva desde el Neolítico hasta el siglo XX pero pasando antes por Egipto, Roma o la Edad Media…: los tiempos cambian pero el rito del pan se ha ido transmitiendo a través de los siglos con más fidelidad que los versículos de la Biblia. Siempre hay por algún rincón alguien que amasa, trajina sacos o enciende fuego para que, cuando apriete el hambre, haya con qué hacerle callar.

Así atravesamos una tahona tradicional, con su mesa de amasar, su horno, sus bandejas y el mostrador para despachar. Es atrezo. Si huele a pan recién hecho  no es porque el panadero se haya marchado dejando las luces dadas: es porque ya estamos muy cerca de la planta baja y, seguramente, haya un taller o una demostración en marcha.

Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Por eso, aunque sea de manera inconsciente, apretamos el paso. Pero no pasamos por alto las vitrinas en las que se exhiben los panes como si fueran joyas. Y aprendemos para qué sirven los sellos que se estampaban en el centro: cada cual llevaba su pan a cocer en un horno comunal y no era cuestión de confundir luego las migas. O que entre la variedad de panes que se fabrican en Valladolid –lechuguino, cuadros, canteros y polea– el lechuguino es el pan candeal vallisoletano por excelencia, de miga blanca y rico para acompañar asados; al que dicen que le llegó el nombre por el cuidado con el que el panadero lo decora antes de presentarlo al público. Igual, igual que los señoritingos se arreglaban -como lechuguinos- los días de fiesta en los pueblos para ir a misa. Claro que también hay quien dice que es de cajón que se llame lechuguino por los dibujos de la corteza -que antes se hacían con la cabeza de una llave- tan parecidos al cogollo de una lechuga.

Vitrinas del Museo del Pan con muestras del pan que se realiza en Valladolid. Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Vitrinas del Museo del Pan con muestras del pan que se realiza en Valladolid. Recursos expositivos del Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

Hemos llegado a la planta baja, la que se estira por el interior de la iglesia de San Juan. La que se ocupa de la importancia del pan en nuestra cultura. De los mitos -falsos casi todos- en torno al pan y la nutrición –el pan no engorda, engorda con qué lo juntes-. De que hay más refranes sobre el pan, el trigo, la harina o las cosechas que días del año. O de que el pan es, para los cristianos, un alimento cargado de simbología. Y si hay quien todavía guarda la costumbre de besar el pan cuando se cae de la mesa es porque aún no están tan lejos de la memoria colectiva los tiempos de la hambruna, en los que tirar el pan que sobraba era, sin duda, el peor de los pecados.

Exposición sobre la fiesta del Vítor de Mayorga que se exhibe en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego
Exposición sobre la fiesta del Vítor de Mayorga que se exhibe en el Museo del Pan. Mayorga. Valladolid. Castilla y León. España. ©Javier Prieto Gallego

MUSEO DEL PAN: Carretera Sahagún 47 , Mayorga (Valladolid). Tel. 983 75 16 25. Web: www.provinciadevalladolid.com/es/centros-turisticos-provinciales/museo-pan


HORARIOS: de octubre a marzo, de jueves a domingo y festivos de 10,30 a 14 horas h y de 16  a 18 horas.


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